sábado, enero 12, 2008

Diarios de una barba

El masaje para después del afeitado va trazando sobre mi rostro un humilde mapamundi de regiones abrasadas. El acto de segar mi cara de forma habitual se ha convertido en un ritual, un momento privado que, aunque suelo retrasar más de lo debido, disfruto y alargo al máximo. Pronto hará cinco años desde que entrara en mi vida el aroma del jabón de afeitar y sintiese por primera vez brotar la espuma accionada por una brocha sobre mi cuello. Fue algo circunstancial, mi cómoda espuma en spray había viajado a un hospital para quedarse unas semanas y nunca regresó.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

yo ultimamente, en almería, tengo unas duchas larguísimas que disfruto bastante, la verdad; a pesar de (o más bien "gracias a")que uso una esponja vegetal nueva, que abrasa mi piel y me la deja roja e irritada, que se supone que sirve para sacar esos pelillos que se quedan dentro de la piel; lo que teoricamente es un martirio chino pero a mí me da gustirrinín.

Anónimo dijo...

Bonito homenaje el del jabón para quien,incondicional,no había usado más que contadas veces la aberrante espuma de bote para elaborar cada día su traje de Señor.

Cada día me arrepiento más de no consultar tu blog lo a menudo que, como hermano, te debo.

Miguel Ángel dijo...

"y nunca regresó", y ni falta que hace. A veces creo que dejarse crecer los pelos es aceptar dulcemente nuestra condición animal, de primate erguido.

Ánimo, chaval.