domingo, abril 02, 2006

Relato 2

Desde mi retiro en esta residencia fría y metálica recuerdo aquellos años en los que la juventud y salud me empujaban a pregonar por pueblos y ciudades las bondades de mi invento. Llegaba al lugar unos días antes y supervisaba el montaje de la máquina. Una vez instalada reuníamos a los medios y los vecinos en general y comenzaba con algo así:

Hasta ahora siempre me he negado a adoptar nuevos hábitos en los distintos templos que a lo largo de mi carrera he tenido el privilegio de dirigir. Ésta, mi iglesia repartida por todo el mundo, se ha ido amoldando a las costumbres y cultura de los países por los que se ha propagado. Pero las exigencias de la sociedad moderna demandan soluciones. Nuestra religión es una institución actual y óptima para aquellas sociedades que andan perdidas. Y es por ello que hoy me complace presentar en su ciudad los primeros Lavaderos Católicos para el Mundo Cristiano.

Y después de esa introducción esperaba unos minutos para que la gente aplaudiera y sin más les interrumpía antes de que la animación decayera presentando la máquina:

Un sistema innovador diseñado para el cristiano moderno. Para usted que lucha a diario por esos minutos en su apretada agenda para el cultivo personal. Ya no tendrá más que pasar por situaciones como llegar al templo y encontrarse que han cerrado o desembarcar en viaje de negocios a una ciudad nueva y tener que desatender sus obligaciones espirituales. Porque nuestro ambicioso plan de expansión nos llevará a todas la ciudades en próximas fechas.

El túnel Wash-X-Matic le permitirá la remisión de sus pecados y las oraciones diarias en breves minutos sin tener que descuidar otras tareas. Solo tendrá que elegir el programa de lavado en función de sus necesidades y colocar su vehículo según las sencillas instrucciones expuestas a la entrada. Un agradable proceso que le limpiará y preparará para las tensiones y tentaciones diarias en menos de 5 minutos.

Brisas de Belén o Paseo por el Gólgota son algunos de los programas que podrá elegir. Más de 100 microventiladores crearán un ambiente de paz que unido a los aromas y agradables plegarias harán de su penitencia un paseo celestial. No lo dude, acuda a su lavadero más cercano y disfrute de nuestra promoción por apertura, bendiga su coche o a su nuevo bebé con una Salve Rociera, completamente gratis.

Distintos movimientos cristianos ya nos recomiendan a sus feligreses.
Sea la envidia de su parroquia, únase a nuestra familia.

Fueron años felices, sí, ya lo creo. Ahora vivo de mis recuerdos mientras espero a mi sobrina que tan amablemente me cuida.

sábado, abril 01, 2006

Relato 1

No era el hombre mas apuesto del local, pero aquel inusual visitante desde el principio consiguió destacar entre la multitud. Aunque la noche se convirtió en un ir y venir de caras por mi mesa le buscaba con interés movida por la necesidad de comprobar que no se había marchado. No al menos sin desvelarme su secreto. Se movía de forma ágil con movimientos atléticos y elásticos que hacían ondear sus pantalones a modo de aletas entre la gente. Vestía ropas cómodas de tejidos sintéticos y colores vivos. La camisa amarillo anaranjado que eligió aquel día contrastaba con una chaqueta verde que al modo americano ceñía su cintura en un cinturón del mismo tejido. Ésta asomaba de forma irregular bajo la chaqueta y un solo pico reposaba sobre la solapa indicando la urgencia de su salida. Calzaba unas deportivas también verdes con una gran “U” bordada en el lateral y que parecían recién salidas de su embalaje. Rematando el atuendo un pantalón color hueso con varios bolsillos de solapa terminaban de darle el aspecto de un paciente que acabara de recibir el alta y su familia le hubiese tenido que llevar la ropa inesperadamente pasando por la tienda de guardia de una gran superficie comercial.

Poco a poco la observación fue dando paso a un sentimiento de familiaridad que me llevó a quedar ensimismada hasta el momento en que sorprendida observé que estaba en mi mesa esperando para jugar. Recuerdos de la infancia me habían trasladado a aquellos tiempos en que corríamos durante días enteros sin pensar en comer ni la hora que podría ser. Mi padre y sus hermanos trataban asuntos de mayores y bromeaban con sus mujeres sobre la posibilidad de buscarse otras con menos edad y la mitad de trasero. Papá llevaba días haciendo llamadas a amigos cuyos nombres nunca había oído antes. Se reían y hablaban cosas de la República y de que ahora estaban tranquilos. Mi madre en aquella época brillaba como nunca, parecía estar cargando sus baterías para la inexplicable y traumática desaparición de su marido pocos años después. La mano del jugador cruzó el espacio en que había centrado mi vista y me hizo volver a la realidad. Era una mano cuidada, las uñas escrupulosamente cortadas brillaban en el extremo de unos dedos largos y huesudos que como toda su piel aparentaba ser inusualmente suave en un hombre septuagenario. Pude ver que acumulaba una fortuna en fichas y que con gesto amable y relajado pretendía hacer una estación allí aunque ya pudiese vivir de las ganancias el resto de sus días. A duras penas conseguí balbucear un breve buenas noches que no pude rematar con una muestra de respeto al modo que me enseñaron cuando empecé a trabajar hace años. Dirigirme a él con un “caballero” habría sido lo correcto, pero la intensidad de su mirada enmudeció mi boca. Sus ojos parecían dos vidrieras a punto de romperse por la presión ejercida por el mundo que encerraban y cuando nuestras manos se tocaron para colocar adecuadamente las fichas en el impar un escalofrío recorrió mi cuerpo haciéndome contraer los muslos excitada. Sus apuestas eran infantiles y carentes riesgo, sin duda así no había acumulado aquel capital. Habría abandonado todo y entregado mi cuerpo aquella noche a él sin dudarlo. Solo con una leve insinuación. Las apuestas siguieron la misma línea. Alternaba los impares con los colores y el poco capital que apostaba siempre lo perdía, acabó sus apuestas exhausto con el 2, 9 y 36. Alzó su cabeza, me miró con gesto relajado y una mueca de sonrisa apareció en su boca mientras se retiraba.

La rutina volvió a mi noche y un par de horas mas tarde pude recogerlo todo y marchar. Manuel, el chaval que rondaba siempre por el casino preguntando si podía ayudar en algo, me dijo que antes de irme pasara por la oficina, el director quería hablar conmigo. Qué querría ahora ese tirano, estaba deseando irme a casa pero mi precaria situación me impedía lanzarle el tapete a la cara y debía obedecerle sin protestar. Cuando entré me recibió con la peor de sus miradas y sin mas explicaciones me tiró a los pies una bolsa de viaje que quedó frenada a medio camino por el parqué sucio y astillado. Me agaché procurando eliminar cualquier motivo de inspiración a la mente sucia de aquel vicioso y tras recoger la bolsa salí de allí sin despedirme.

La intriga que me producía aquella bolsa superaba el cansancio y solo pude aguantar hasta salir del casino para arrastrarla hasta los baños de la barra americana de al lado. Los ochenta poblaron los baños en España y aquellos días Madrid y sus aseos ardían. Agazapada en un rincón pude abrir la cremallera y rescatar una fotografía de entre la cara del rey estampada en varios miles de billetes de 5000 y 10000 pesetas. Aparecían varios hombres en el muelle de Barcelona, era una de aquellas fotos de guerra que gracias a la cuidadosa labor de los fotógrafos de la época había conservado ese tono virado al sepia tan característico. Pude identificar entre las caras a mis tíos y era mi padre el que apartado del grupo miraba eternamente desde el filo de la escalinata.

Movida por la certeza de un encuentro inesperado corrí hacia la casa abandonada que fue de la familia hasta mediados de los 50. Solo pude recorrer escasos metros de la Castellana antes de que la policía me parase y varios coches de bomberos rompieran el silencio de la noche. La estructura de la casa era de madera y ardió rápidamente.

lunes, febrero 20, 2006

SOBREDOSIS DE AMOR

Rutina, el camino diario. Calle Altamira, olor a orégano, queso, horno, pan diario.
Una hora antes desbordó de saliva mi boca, ahora remueve mi estómago.

Una voz joven rompe el letargo. Un grito sordo que aligera mi paso ante un posible atropello o un motorista sin casco. Es un joven que a cámara lenta reposa la cabeza atravesado en el asfalto. Es alto, los brazos cruzan su pecho y parece relajado. Sol de invierno, son las 4.

Un coche avanza hacia él y la cara del conductor escapa por las ventanas. Entre los coches aparcados surge una chica, ahora la reconozco, es la autora de los gritos y entre insultos lo levanta por el pecho. El coche pasa casi rozando. De pié, enfrentados, él rompe en llanto y solo dice hazme caso, ¡¡QUE ME HAGAS CASO!!.

Es 16 de febrero, diagnóstico sobredosis de amor