sábado, abril 01, 2006

Relato 1

No era el hombre mas apuesto del local, pero aquel inusual visitante desde el principio consiguió destacar entre la multitud. Aunque la noche se convirtió en un ir y venir de caras por mi mesa le buscaba con interés movida por la necesidad de comprobar que no se había marchado. No al menos sin desvelarme su secreto. Se movía de forma ágil con movimientos atléticos y elásticos que hacían ondear sus pantalones a modo de aletas entre la gente. Vestía ropas cómodas de tejidos sintéticos y colores vivos. La camisa amarillo anaranjado que eligió aquel día contrastaba con una chaqueta verde que al modo americano ceñía su cintura en un cinturón del mismo tejido. Ésta asomaba de forma irregular bajo la chaqueta y un solo pico reposaba sobre la solapa indicando la urgencia de su salida. Calzaba unas deportivas también verdes con una gran “U” bordada en el lateral y que parecían recién salidas de su embalaje. Rematando el atuendo un pantalón color hueso con varios bolsillos de solapa terminaban de darle el aspecto de un paciente que acabara de recibir el alta y su familia le hubiese tenido que llevar la ropa inesperadamente pasando por la tienda de guardia de una gran superficie comercial.

Poco a poco la observación fue dando paso a un sentimiento de familiaridad que me llevó a quedar ensimismada hasta el momento en que sorprendida observé que estaba en mi mesa esperando para jugar. Recuerdos de la infancia me habían trasladado a aquellos tiempos en que corríamos durante días enteros sin pensar en comer ni la hora que podría ser. Mi padre y sus hermanos trataban asuntos de mayores y bromeaban con sus mujeres sobre la posibilidad de buscarse otras con menos edad y la mitad de trasero. Papá llevaba días haciendo llamadas a amigos cuyos nombres nunca había oído antes. Se reían y hablaban cosas de la República y de que ahora estaban tranquilos. Mi madre en aquella época brillaba como nunca, parecía estar cargando sus baterías para la inexplicable y traumática desaparición de su marido pocos años después. La mano del jugador cruzó el espacio en que había centrado mi vista y me hizo volver a la realidad. Era una mano cuidada, las uñas escrupulosamente cortadas brillaban en el extremo de unos dedos largos y huesudos que como toda su piel aparentaba ser inusualmente suave en un hombre septuagenario. Pude ver que acumulaba una fortuna en fichas y que con gesto amable y relajado pretendía hacer una estación allí aunque ya pudiese vivir de las ganancias el resto de sus días. A duras penas conseguí balbucear un breve buenas noches que no pude rematar con una muestra de respeto al modo que me enseñaron cuando empecé a trabajar hace años. Dirigirme a él con un “caballero” habría sido lo correcto, pero la intensidad de su mirada enmudeció mi boca. Sus ojos parecían dos vidrieras a punto de romperse por la presión ejercida por el mundo que encerraban y cuando nuestras manos se tocaron para colocar adecuadamente las fichas en el impar un escalofrío recorrió mi cuerpo haciéndome contraer los muslos excitada. Sus apuestas eran infantiles y carentes riesgo, sin duda así no había acumulado aquel capital. Habría abandonado todo y entregado mi cuerpo aquella noche a él sin dudarlo. Solo con una leve insinuación. Las apuestas siguieron la misma línea. Alternaba los impares con los colores y el poco capital que apostaba siempre lo perdía, acabó sus apuestas exhausto con el 2, 9 y 36. Alzó su cabeza, me miró con gesto relajado y una mueca de sonrisa apareció en su boca mientras se retiraba.

La rutina volvió a mi noche y un par de horas mas tarde pude recogerlo todo y marchar. Manuel, el chaval que rondaba siempre por el casino preguntando si podía ayudar en algo, me dijo que antes de irme pasara por la oficina, el director quería hablar conmigo. Qué querría ahora ese tirano, estaba deseando irme a casa pero mi precaria situación me impedía lanzarle el tapete a la cara y debía obedecerle sin protestar. Cuando entré me recibió con la peor de sus miradas y sin mas explicaciones me tiró a los pies una bolsa de viaje que quedó frenada a medio camino por el parqué sucio y astillado. Me agaché procurando eliminar cualquier motivo de inspiración a la mente sucia de aquel vicioso y tras recoger la bolsa salí de allí sin despedirme.

La intriga que me producía aquella bolsa superaba el cansancio y solo pude aguantar hasta salir del casino para arrastrarla hasta los baños de la barra americana de al lado. Los ochenta poblaron los baños en España y aquellos días Madrid y sus aseos ardían. Agazapada en un rincón pude abrir la cremallera y rescatar una fotografía de entre la cara del rey estampada en varios miles de billetes de 5000 y 10000 pesetas. Aparecían varios hombres en el muelle de Barcelona, era una de aquellas fotos de guerra que gracias a la cuidadosa labor de los fotógrafos de la época había conservado ese tono virado al sepia tan característico. Pude identificar entre las caras a mis tíos y era mi padre el que apartado del grupo miraba eternamente desde el filo de la escalinata.

Movida por la certeza de un encuentro inesperado corrí hacia la casa abandonada que fue de la familia hasta mediados de los 50. Solo pude recorrer escasos metros de la Castellana antes de que la policía me parase y varios coches de bomberos rompieran el silencio de la noche. La estructura de la casa era de madera y ardió rápidamente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta cojonudo pero no termino de pillar la historia ¿Que tenía que ver el tipo del casino en todo esto? ¿por qué le dan a la tipa todo ese dinero? ¿Por qué arde la antigua casa de sus padres si su padre ya estaba muerto ?