
Una nueva puerta se cerró tras ellos y fueron descendiendo de forma inversamente proporcional a la excitación que le provocaba aquella situación. Parecía ser un insignificante muñeco a los ojos de aquel homenaje a Don Carnal en que se iba convirtiendo todo a su alrededor. Sucios pensamientos acudían a su cabeza según esquivaban las parejas y grupos que, entre escaleras y rampas, daban rienda suelta a sus más oscuras perversiones. Las galerías insuficientemente iluminadas por unas pocas velas y candelas agotándose en un mar de aceite no le permitían ver mas allá del lugar donde se fundían sombras y penumbra. De aquel manto negro a veces escapaban cuerpos cubiertos de encaje, vinilo o cuero que rápidamente volvían a ocultarse dedicándole una sonrisa. Su sexo hinchado y pegado al muslo precedía al prometido y deseado festival que parecía depararle la noche cuando quedasen solos. Confiado en su destino se dejaba empujar por aquella enigmática mujer sin volverse ni hacer preguntas adivinando sus delicadas formas de niña en los momentos que sus cuerpos chocaban. El coro desafinado de risas, gemidos y sollozos reprimidos que le acompañaron en el descenso fue perdiéndose hasta la enorme puerta blanca en que desembocaba el túnel.
Al fin llegaron al que parecía ser el destino elegido, aquella luz parecía derretir sus pupilas y aún tirado en el suelo, difícilmente conseguía separar unos milímetros sus puños que actuaban a modo de escudo. Debía haber pasado algo más de media hora cuando pudo enfocar el decorado en que parecía encontrarse. Se trataba de un almacén iluminado por cientos de neones y halógenos que teñían de azul todo lo que encontraban en su haz. Miró a su alrededor y vio a lo lejos una figura perderse entre las cortinas de gasa que dividían la estancia. De nuevo parecía estar solo.